La fototerapia ha existido desde que las plantas y los animales existen en la tierra, ya que todos nos beneficiamos hasta cierto punto de la luz solar natural.
La luz UVB del sol no solo interactúa con el colesterol en la piel para ayudar a formar vitamina D3 (lo que brinda un beneficio para todo el cuerpo), sino que la parte roja del espectro de luz visible (600 – 1000 nm) también interactúa con una enzima metabólica clave. en las mitocondrias de nuestras células, levantando la tapa sobre nuestro potencial de generación de energía.
La fototerapia contemporánea existe desde finales del siglo XIX, poco después de que la electricidad y la iluminación del hogar se convirtieran en algo común, cuando Niels Ryberg Finsen, nacido en las Islas Feroe, experimentó con la luz como tratamiento para las enfermedades.
Más tarde, Finsen ganó el Premio Nobel de Medicina en 1903, un año antes de su muerte, y tuvo gran éxito en el tratamiento de la viruela, el lupus y otras afecciones de la piel con luz concentrada.
La terapia de luz temprana implicaba principalmente el uso de bombillas incandescentes tradicionales, y se han realizado decenas de miles de estudios sobre la luz a lo largo del siglo XX. Los estudios abarcan desde efectos en gusanos o pájaros, mujeres embarazadas, caballos e insectos, bacterias, plantas y mucho más. El último avance fue la introducción de dispositivos LED y láseres.
A medida que hubo más colores disponibles como LED y la eficiencia de la tecnología comenzó a mejorar, los LED se convirtieron en la opción más lógica y efectiva para la terapia de luz, y hoy en día son el estándar de la industria, y la eficiencia sigue mejorando.